He crecido, pero no he cambiado.
La materia que me hace, permanece.
La familia, mi(s) gato(s), la dulce cara de un Ángel. Una taza de café, un buen libro, y la música sonando en mis oídos.
El impulso de la mano como la alta marea: incontenible, ruidosa, burbujeante, límpida.
En los ojos, las palabras que quieren salir, que nunca dejan de entrar. Porque de ellas me conformo y me formo en lo que soy, en lo que he sido. He enloquecido porque sueño. Porque sueño el sueño enloquecido de la posibilidad es que no ceso, es que aún existo. Cuarenta años después.
A cuarenta años, sigo.
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