— Te extraño
— Como que es muy temprano para empezar a extrañar, ¿no crees?
— Caray, no sabía que para extrañar hubiera horarios
— Mi querida, en el mundo real, para todo hay un horario
— Ugh. Tienes razón. Te odio cuando estás en lo cierto
— Es muy temprano
— ¿Cómo saberlo?
— ¡Ja! Se me olvidaba que no puedes leer el reloj
— Obvio que puedo
— ¿Entonces?
— Mi problema siempre ha sido seguirlos. No perderle la pista a las horas
— Ya. Es que eso cuesta
— Sobre todo porque son tan breves
— Sólo 60 minutos. Muy cortas
— Muy. Como justo ahora
— ¿O sea?
— Pues sí, ¿cuánto tiempo ha pasado?
— Imposible saberlo
— ¿Viste?
— Bueno, es que así como estamos… pero, vaya, que si abres los ojos…
— Ugh
— No hay otra forma
— Te odio cuando estás en lo cierto
— No hagas berrinche, caprichosa. Abre los ojos. Mira la hora
— Pero, ¿y si es muy temprano?
— Pues nada, ¿qué va a pasar?
— Que entonces, ¿cómo te extraño?
— Quizás sea hora de que dejes de extrañarme
— Caray, no sabía que dejar de extrañar tuviera horarios
— Mi querida, en el mundo real, para todo hay horarios
— En el mundo real, puede ser; pero, en mi mundo…
— ¿Tu mundo? ¡Ja! ¡Qué tontería!
— ¿Te pido un favor, entonces?
— Dime
— ¿Me das la hora?